viernes, 25 de enero de 2013

Ni todo son rosas ni todo son espinas

Sonreir está bien, te ayuda, pero hay ciertos momentos de tu vida que con ello solo consigues engañarte a ti mismo. De cara al público eres la misma de siempre, esa chica que hace tonterias, rie por todo y por nada a la vez y parece que el resto del mundo le de igual. Muchas veces es así, otras en cambio es una fachada más que trata de restaurar aquello que por dentro esta hecho pedazos. Quieres desahogarte pero no lo ves posible porque se te llegan a juntar tantas cosas que ya no sabes ni por qué estas así. Solo sabes que tienes ganas de poder estar sola contigo misma para llorar e intentar convencerte de que vas a salir adelante, que tarde o temprano la falsa sonrisa se ira para que reaparezcan las risas y las buenas caras.
Tienes que ser fuerte dicen... pues me río yo de esos consejos que todos decimos pero jamás llegamos a aplicar porque simplemente es imposible. La gente no entiende que todos tenemos rachas en las que de repente todo aquello que habias alejado de ti hacía mucho  vuelve dejándote hecha trizas sin oportunidad de seguir.

Pero aunque caigamos, aunque creamos que estamos solos en esto, no siempre es verdad. Entre toda esa gente que conocemos hay una persona que destaca. Es aquella que te ayuda, te presta su hombro, te abre su corazon y te sientes como en casa porque te acoge, te mira sin decir nada pero significando que va a estar siempre ahí, que te apoyará y te levantará si caes porque solo desea lo mejor para ti. Es ahí, justo en ese instante, cuando te das cuenta de que vale la pena sonreir y bailar bajo la lluvia y en vez de quejarte porque te mojas.
Te das cuenta de que al final siempre habrá mínimo una razón más para reir que para llorar.

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