martes, 17 de junio de 2014

Herida de bala

¿Cuántas veces decimos haber curado una herida? ¿Cuántas veces decimos que ha cicatrizado? ¿Cuántas de esas veces eso ha sido real?
La herida duele y deja huella. Las hay más profundas o menos, más dolorosas o menos. Algunas cicatrizan antes que las demás. Pero, normalmente, solemos olvidarnos de esas parece que no hemos sufrido, de esas que pasamos por alto pero duelen por dentro mucho más que la marca exterior que puedan dejar... Son de esas que parece que no existen, hasta que reaparecen. El problema no es que la herida reaparezca, el problema es que somos nosotros mismos los que conseguimos reabrirla sin darnos cuenta -bueno, en muchos casos sí- y empezamos a hacerla más y más profunda hasta llegar a como estaba al principio. Y da igual, da igual cuantas personas haya a tu alrededor que acudan a ti con agua oxigenada, vendas y betadine... Que si tu sigues empeñado en ver la herida abierta, no habrá manera de cerrarla, aunque sepas que te haga daño.

Pero al igual que hay muchos tipos de heridas, tambien hay muchas formas de intentar controlarlas, evitar que vuelvan a sangrar. Todo depende de quién, cómo y cuándo.

Pero después de todo ello, después del duro proceso de cerrar, curar y rehabilitar, queda una cicatriz, puede que una de muchas. Una cicatriz que cambia, que forma y a veces incluso causa el elegir un camino u otro. Incluso aunque digan que todos los caminos terminan llegando a Roma.