sábado, 20 de diciembre de 2014

La diferencia

No eres canción, eres música.
No eres metáfora, eres poesía.
No eres artista, sino arte.
No eres ciudadano, eres un mundo a parte.

No eres héroe, eres quien ha salvado a este saco de huesos de caer en un pozo sin fondo.                Solo te hizo falta un abrazo
No eres arquitecto, eres quien ha creado mi mejor sonrisa.
No eres médico, eres quien cura mis heridas con el roce de sus dedos.
No eres ginebra, eres quien me quita las penas emborrachándome a besos.

No eres fácil de descubrir, pero yo ya conozco cada rincón de ti.

En definitiva no eres lo que nadie espera, pero eres todo lo que yo esperaba.

Y esa
      Es la gran diferencia
              Entre tú y el resto de la gente.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Un par de botas azules y un paraguas rojo

Vuelve a mirarse por enésima vez al espejo. Último toque de rimmel, horquillas en su sitio y sus botas azul eléctrico. Se dice a sí misma que está lista y con una sonrisa radiante pero nerviosa sale de casa.
Va caminando y le persiguen los nubarrones, no lleva paraguas pero no cree que la lluvia le gane la carrera, hoy nada puede salir mal. Pero el sol se esconde por completo, el aire la despeina y comienza a llover. Ni taxi, ni bus, ni paraguas, llega demasiado tarde como para pararse a pensar en ello.
Empieza a correr, la estará esperando.
Aprieta el paso, salta charcos y se va apartando como puede las gotas de lluvia de la cara, es como si el océano decidiese haberse volcado sobre ella.
Ve su figura, de espaldas, parka negra y un paraguas rojo. Le tiemblan las manos y no sabe si del frío de qué.
Los siguientes 30 segundos se hacen horas. Él se gira, comienza a recorrerla con la mirada, comienza por sus botas y le sale una sonrisa que intenta disimular inútilmente, sigue ascendiendo y puede notar como le tiemblan las rodillas, ojalá el no sea tan lince como para adivinarlo. Ahora le tiemblan las manos y es del terror, de ganas de salir corriendo y volver a casa a sus libros y su soledad. Pero, de pronto nota una mano, su mano cálida en la barbilla, elevándole la cabeza y mirándola directamente a los ojos. El rimmel ya no está en su sitio, el pelo se le ha pegado a la nuca y el agua se precipita desde su nariz, cada vez hace más frío. Nada demasiado importante como para pensar en ello. De pronto nota como sus ojos oscuros como la noche se clavan en los suyos y se siente como en casa, bajo una manta y al lado de una chimenea que hace olvidar el día de otoño que se ve a través de la ventana. Un escalofrío recorre todo su cuerpo a la velocidad de la luz y se siente acogida, protegida.
Él siente que la abriga por fin y ella se siente abrigada, bajo todo el calor que puede dar estar abrazados bajo un paraguas rojo mientras el aire se cuela entre las piernas y las nubes siguen volcando un oceáno a gran velocidad sobre las calles de Madrid.