jueves, 11 de agosto de 2016

Una palabra es suficiente

Unas palabras puede que, a simple vista, tan solo ocupen unas lineas en un trozo de  papel. Pero, sin embargo, pueden abarcar más allá de lo que creemos posible.
El valor de una palabra es incalculable.

Las palabras escuecen, arañan, rasgan e incluso rompen hasta ser mil pedazos de cristal, somos frágiles. Aunque quizás no con la misma facilidad, son capaces de ser remendadas por otras con la habilidad de un hilo y una aguja, que en buenas manos, cosen y cierran la herida. Son la sensación de una mano que acaricia y acuna, de una voz que calma nuestros miedos y mece nuestros desvelos.

Son vía de escape a las inseguridades y los miedos que nos acechan, liberándonos del nudo que se forma en el pecho. Son amor, son tristeza, pasión, temor. Son todas aquellas emociones que nos forman como personas y que forjan nuestra personalidad, lo que conforma nuestro ADN.

Se dice que escritas quedan guardadas para siempre, evita que pasen a estar bajo mando del viento, de ese que se arremolina entre las piernas y cala los huesos. Pero ¿y qué hay de aquellas que no se dicen? ¿Qué hay de la mirada transparente, la mirada que abarca sentimientos indescriptibles?.

El momento, lugar, tipo de comunicación, emisor y receptor... Elementos indispensables que acompañan a la palabra, que precipitan un destino y un final y que causan plantearnos si son las palabras las que hacen a las personas o, por el contrario, son las personas quien hacen a las palabras.

¿Quién está al abrigo de quién?