jueves, 16 de octubre de 2014

Dispara o sonríe, dolerá de todas formas

Te me has ido de las manos, te has ido escapando lentamente como esos granitos de arena contenidos en una figura de cristal. Tú lo sabías, viste desde el principio la fecha de caducidad que esto tenía y no tuviste las agallas de decírmelo. Maldito cobarde. También conocías todo lo que yo veía en ti y aun así te marchaste por la puerta de atrás. Me conoces mejor que yo misma y eso me asusta todavía hoy.
Después de muchos meses creo que ya soy capaz de meterte una carta en el buzón -aun no me siento preparada para escuchar tu voz a través del teléfono, toda la paz que me transmitieses se cortaría en cuanto pulsase el botón rojo- Espero que deduzcas como estoy por mi puño y letra, han sido muchos años de convivencia.

Me metí en la boca del lobo y me quedé allí a dormir. Que oliese a ti fue la excusa más tonta y masoquista que he usado nunca. Es cierto que no es oro todo lo que reluce, pero brillabas tanto y a la vez transmitías una luz tan cálida que, si alguna vez hubieses prendido, me hubiera dejado rodear por el fuego, inmune a tus llamas. Pero cuando empecé a ver, fui yo la que no quiso mirar más allá de lo que tenía delante, no quería aceptar que te desvanecías y yo misma me coloqué la venda sobre los ojos. No tuve, o no quise tener, el valor de quitármela hasta que viniste a por tus últimas cosas y te fuiste de puntillas y sin hacer ruido. Ojalá hubieras oido el eco de mi corazón en ese instante, quizás hubieses vuelto.
Tu abriste y cerraste mis puertas. Me puse un candado a prueba de balas y cabrones como tú, y tiré la llave al río; quién sabe, puede que un día alguien un poco menos rana que tú y algo más persona, llame a mi puerta y lleve esa misma llave colgada del cuello.
Esto es todo, o nada.
Iba a ser siempre tuya y ahora soy solamente mía, para siempre.

Gracias por hacerme daño para descubrir que a quien no debo fallarle nunca, es a mi misma.

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